LA EDUCACIÓN INCLUSIVA EN ESPAÑA.
Desde mediados de los años ochenta
y principios de los noventa se inicia en el
contexto internacional un movimiento materializado por profesionales, padres y las
propias personas con discapacidad, que
luchan contra la idea de que la Educación
Especial, a pesar de la puesta en marcha de
la integración escolar, estuviera encapsulada en un mundo aparte, dedicado a la atención de una reducida proporción de alumnos calificados como discapacitados o con
necesidades educativas especiales. Según
este movimiento, todos los alumnos, sin
excepciones, deben estar escolarizados en
aulas regulares, y recibir una educación eficaz en las mismas. Las separaciones a causa
de la lengua, género, pertenencia a un grupo étnico minoritario deberían ser mínimas
y requerir un razonamiento obligado. Por
este motivo, defienden la necesidad de reformar la educación general y especial de
manera que constituya el mayor recurso
para todos los estudiantes.
Son numerosas las voces que desde latitudes distintas alertan sobre la necesidad de
pensar, estudiar, proponer, comprometerse
y creer en nuevas formas de comprender la
educación de la diversidad del alumnado.
El movimiento de la escuela inclusiva supone nuevas tendencias, nuevas formas de
plantear las respuestas a la diversidad de
necesidades educativas en la escuela. Esta
nueva corriente, surgida a partir de la Conferencia Mundial de Educación para Todos,
celebrada en 1990 en Jomtien (Tailandia),
tiene un objetivo que va más allá de la integración y que consiste en reestructurar las
escuelas para responder a las necesidades
de todos los niños.
EXPERIENCIA SOBRE LA EDUCACIÓN INCLUSIVA.
El desarrollo de la inclusión educativa
exige un análisis constante de las prácticas
educativas y de los procesos de cambio escolar. Hasta ahora, en España, los cambios
escolares que exige una educación inclusiva
se han desarrollado de manera desigual y
sin avance sostenido de los mismos. Tras los
notables cambios que se produjeron desde
la mitad de los años 80 hasta la mitad de
los 90, ha habido otra década posterior en
la cual lo característico ha sido la falta de
iniciativas sólidas dirigidas a conocer y evaluar lo que estaba ocurriendo, así como han
sido escasas y con frecuencia simbólicas, las
propuestas dirigidas a promover avances y
mejoras para superar las dificultades encontradas.
En general, en España han faltado muchos de esos elementos esenciales para facilitar la inclusión y garantizar su éxito. Se
ha carecido de un análisis de lo que estaba
ocurriendo en cada Comunidad Autónoma,
ciudad y colegio o instituto; del conocimiento de los principales problemas o dificultades encontrados por los alumnos con
necesidades educativas específicas y por
sus propios compañeros; de la detección de
las buenas prácticas y estrategias que mostraban más éxito; de publicaciones y materiales específicos que sirvieran de apoyo al
profesorado en su práctica educativa; del fomento de la formación del profesorado y
de otros profesionales de la educación en
estrategias de cambio escolar y en procedimientos de evaluación, diseño educativo y
curricular actuales; así como hemos carecido de unos buenos planes de estudios que
hayan favorecido la modificación de actitudes de alumnado y profesorado.
Se podría decir que la educación de los
alumnos con limitaciones y dificultades en
España ha pasado por momentos difíciles
en los últimos años. Los cambios positivos
que había experimentado el sistema educativo en décadas anteriores se oscurecieron por diversas razones, entre las que
cabe destacar cierta apatía institucional,
profesional y social en lo referente al impulso continuo que requiere la inclusión
educativa (Echeita y Verdugo, 2004). Las
organizaciones y las familias, al igual que
los profesionales y alumnos implicados en
procesos de inclusión educativa, reclaman
una mayor iniciativa de las administraciones públicas (Echeita et al., 2008; Verdugo
y Rodríguez-Aguilella, 2008). También se
echa en falta un papel mucho más activo
por parte de las familias y sus las organizaciones en las que se encuentran afiliadas.
En realidad, sin una acción concertada de
diferentes agentes sociales (administración, profesorado, familiares, organizaciones, investigadores) que compartan una
finalidad común, difícilmente se pueden
lograr los cambios que requiere una escuela y una sociedad inclusiva.
La idea de que las escuelas han de ser espacios de bienvenida y de participación para todo el alumnado y de que han de constituirse como comunidades de la diferencia
ha sido extensamente abanderada y difundida desde el discurso de la inclusión educativa (Arnaiz, 1996; Ainscow, 2001; Booth
et al., 2000; Parrilla, 2007; Moriña, 2008). Sin
embargo, tenemos que reconocer que no
son muy frecuentes entre nosotros las investigaciones que pongan en el centro del
cambio escolar al alumno, sus voces y sus
demandas, y son mucho más abundantes
aquellas que se dirigen a fortalecer al profesorado para la tarea educativa y a promover
cambios que nacen de la iniciativa adulta.
Presentaremos algunas experiencias.
En 1987 el MEC inició un estudio dirigido por Marchesi y colaboradores para
evaluar la implantación del Programa de
Integración Escolar en España. Fue un proceso realizado por el equipo que había diseñado y puesto en marcha la integración,
propiciando la reflexión y el debate entre
sus responsables y los centros docentes. La
finalidad de este estudio era emitir un juicio
valorativo sobre el Programa de Integración
y determinar en qué medida lograba su doble objetivo: promover el desarrollo de los
alumnos e introducir mejoras en el sistema
educativo. El objetivo era definir aquellas
condiciones que determinaban el grado de
viabilidad y “éxito” del proyecto.
CRÍTICAS Y SUGERENCIAS PARA LA MEJORA DE LA EDUCACIÓN INCLUSIVA.
Tras valorar las experiencias sobre educación inclusiva llevadas a cabo en nuestro país y expuestas anteriormente, podemos indicar los siguientes logros:– La escolarización de todas las personas en un único sistema.
– Se ha generado todo un desarrollo legislativo en aras de una mejora en la atención a la diversidad, no solamente a nivel escolar, sino también a nivel personal, social y laboral. Aunque la adquisición de competencias en materia de educación ha tenido una evolución desigual en las distintas Comunidades Autónomas. Las distintas normativas originadas se han centrado en todos los niveles educativos (Educación Infantil, Primaria, Secundaria, Bachillerato, Formación Profesional y estudios universitarios).
– La transformación de los Centros de Educación Especial en Centros de Recursos que apoyan y asesoran a los centros ordinarios de Primaria y Secundaria.
– La elaboración, por parte de los centros, de Planes de atención a la diversidad en los que se concretan las diferentes medidas ordinarias y específicas o extraordinarias para atender a la diversidad de intereses, motivaciones y capacidades del alumnado.
– El aumento progresivo de iniciativas para la formación continua del profesorado cuyo principal objetivo es la actualización docente para ofrecer una respuesta educativa más ajustada y diversificada. La educación inclusiva requiere de una nueva formación del profesorado para la diversidad integrando no sólo conocimiento específico, sino también general para atender a todos los alumnos y atenderlos también en su diversidad, desde la cultura de la colaboración. El objetivo de esta formación es conseguir que el profesorado se convenza de la necesidad de cambiar el modelo de escuela, donde todos los alumnos tienen cabida con igualdad de oportunidades en una misma escuela y en una misma aula.
– La formación del profesorado en materia intercultural.
– La creación de nuevos Equipos de Orientación Específicos, la ampliación de los generales.
– El incremento de Equipos Psicopedagógicos, Profesores de Educación Compensatoria y la creación de equipos de atención domiciliaria y hospitalaria del alumnado en situación de riesgo socio-educativo.
(estos son solo algunos de los muchos que existen).
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